Conjuro febril de mortal afrenta,
hordas de espíritus amortajados
entre las páginas amarillentas
de antiquísimos libros cerrados.
Adagio del crepúsculo milenario,
estigma silente de rabia resguardada,
obstinada luz que cierra los párpados,
ofuscando las conspiraciones desatadas.
Edades insepultas de pagano rictus,
a la solícita memoria dan la espalda,
sostenidas en el incipiente limbo,
carentes de utopías y esperanzas.
Al clausurar los dioses sus designios,
como signo de la furia anestesiada,
dormirá la vehemencia de los símbolos
en el culto que develan sus entrañas.