Cometimos los errores de nuestros padres
que piadosos llevamos vivos en la memoria
y nos negamos a disfrutar la enorme dicha
del placer humano.
En ese jardín donde nos separamos,
creamos el amor bajo el lado activo de la luna,
las estrellas alumbraban mientras cerrabas los ojos
y nos besábamos bajo los destellos luminosos,
cuando ambos dormíamos despiertos.
Dentro de la noche se urdían nuestros encuentros
y hasta ahí no llegaba ningún lamento,
ni siquiera el de los pesimistas amorosos,
sólo el fraternal sonido de los continuos besos
en el intercambio de nuestros alientos.
Entre múltiples correspondencias de otros cielos,
Dante vio por vez primera a su amada Beatriz,
Werther por fin se suicidó y yo me aferré a ti
como un vástago abraza un dulce sueño.
Por momentos quisimos estar en otros cuerpos,
y concientes del fútil destierro,
nos contemplamos entre gárgolas y arpías,
para dejarnos de amar luego de habernos conocido.
El fuego en las venas, templado viento
que a los leales amantes aconseja,
se volvió infeliz dominio al final del día,
espantado por el deseo incierto.
No puedo decir qué tan lejos estábamos
de la perfección, pero en ese jardín inmaculado,
nos regocijamos por el nacimiento de lo nuestro,
aunque también era el cruento inicio
de nuestro propio vencimiento.
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