
El amor renace al desnudo
con la proximidad de las almas;
como espíritus anónimos del mundo
que se intuyen desde la nada.
Sentir el palpitar de un cuerpo
es delirio y puerta de entrada
que se niega a perecer de nuevo
entre desdichas malhumoradas.
Nos entregamos al suplicio que incita,
y es entonces que al mismo tiempo
confluimos en una suerte de caricias
donde mueren la ausencia y el silencio.
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