
Brechas de miseria
y podredumbre
han dejado huella
en la cumbre de la historia.
Pero desde antaño han existido hombres,
gran honor para quien los nombre,
que indignados ante tanto genocidio
han sido vencedores de férreas ataduras.
Salvadores innatos de la humanidad
las gloriosas lágrimas de júbilo caerán,
cada vez que sean traídos
a la memoria de la colectividad.
Escudándose en la invencible pureza
de los ideales que nunca perecerán,
sus armas abrirán las conciencias
para bien o para mal,
del fuego puro que alivia la tierra.
Por eso vivirán a pesar de la amnesia,
aunque en otras épocas los quieran reemplazar,
surcando con presteza mares y tierras,
dejando en pie sus ideales para la posteridad.
Libertadores de todos los pueblos,
pugnaron la caída de la opresión y el desconsuelo
dicen que bien merecido se han ganado el cielo
donde permanecen los justos en alma y cuerpo.
Esas balas fugaces que dieron en el blanco,
hoy sabemos que no se desperdiciaron,
fueron hechos de una grandeza inconmensurable
que ahora contamos los bardos tejiendo versos.
Sin dejarse intimidar por los amos y sus séquitos,
adoradores ingratos de la cerrazón,
las muestras de franca desaprobación se levantaron
cuando ellos contra la paz mundial atentaron.
Nada quisieron concertar con sus hermanos
porque su egoísmo atorrante los cegaba,
nadie se atrevió a enfrentarlos sin miedo
hasta que los libertadores por fin quisieron.
No pudieron volver a callarlos ni mancillarlos,
ni por lo perdido, ni por lo que les quitaron,
ya no estaban solos, tenían de su lado
a los campesinos, a los obreros, a los despojados,
hombres de una sola pieza que jamás lloraron.
Se unieron tras el poder de un mismo sueño,
el salir airosos de las injusticias humanas
y a la vez gritaron su descontento
contra la avaricia de los caciques y su fuero.
Cantaron con la ilusión de todos alimentada,
ellos pelearon para abolir a los esclavos,
sumaron con valor sus voluntades
y reclamaron a los cuatro vientos
nuestra herencia como seres humanos.
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